Los libros profundos suelen ser sencillos. Igual que los buenos poemas, dicen todo con las palabras necesarias y ni una más. En encontrar las justas y precisas para tal fin consiste su secreto. Es la simpleza la que los convierte en perfectos. Los excesos, tan frecuentes cuando se persigue dar la apariencia de ambición, son las celadas en las que naufragan. De los diarios de Andrés Trapiello, esa novela en marcha que es el Salón de los pasos perdidos, suele elogiarse su extensión y también su pretensión: un proyecto descomunal, incomparable con la mayoría de la narrativa contemporánea en español, una empresa a la altura de los clásicos. Algo de todo esto, por supuesto, hay en estas confesiones recreadas en primera persona, donde el escritor leonés nos cuenta a todos mientras se cuenta a sí mismo. Entre la selecta minoría (el número, dijo Borges acerca de la democracia, sólo es un abuso de la estadística) que profesa devoción por estos lances capaces de fundar su propio calendario, y con los que Trapiello hace girar la veleta de sus días –el tornillo de Arquímedes, lo llama en su discreto prólogo– causa una curiosidad, que en el fondo es malevolencia, los episodios y puyas que dedica a figuras, personajes, costumbres y rituales del gremio de las letras oficiales, al que siempre le costó mucho entender el verso suelto que representa el escritor leonés.
Las Disidencias en Letra Global.