Una de las señales que separan a las democracias –basadas en el derecho– de las autocracias (que acostumbran a vestir con un teatro legislativo las decisiones personales del correspondiente jefe de escuadra) es que, cuando se convoca una manifestación ciudadana contraria a sus intereses, en lugar de preguntarse por las causas persiguen a los cabecillas. Se trata de una vieja costumbre intemporal del poder: no importan los motivos que provoquen el descontento social ni tampoco su extensión; lo trascendente es impedir que nadie discuta las órdenes del que está al mando. La grave espiral de polarización social desatada por la amnistía –que viene acompañada de una financiación a la carta que rompe el principio constitucional de cohesión territorial– recuerda bastante a los sucesos de 2017 en Cataluña. Lo que difiere con respecto a entonces es la interpretación, y por tanto el elogio o la condena, de los respectivos actores políticos. Como han adivinado, hay intercambio de papeles. Los villanos de ayer son los héroes de hoy, y viceversa.
Los Aguafuertes en Crónica Global.