Es un asunto sabido que los escritores con una auténtica ambición artística, especialmente aquellos cuyos intensos anhelos de fama superan en grado superlativo a su propio talento, necesitan forjarse una leyenda, inventarse a sí mismos, convertirse en su más importante y depurada creación. Si el individuo no da para mucho, o si se sabe vulgar, como en el fondo todos nos intuimos, al menos que el arquetipo pueda ir dándole de comer y, si la Fortuna no se muestra demasiado esquiva, probar suerte en el incierto juego de dados de la posteridad. Ramón María del Valle-Inclán –que era el nombre bajo el que se escondía el diminuto Ramón José Simón Valle Peña, que de joven gastaba bombín y de mayor calzaba botines de piqué con agujeros en las suelas, pero siempre anduvo por esta vida, hasta el día postrero, con porte e impostada gallardía– respondía a esta norma: la criatura es mucho más importante que el hombre.
Las Disidencias en The Objective.