La institución social que mejor encarna nuestra vida pública -y también privada- es la famiglia, convertida casi en una unidad de destino en lo meridional. Con diferentes máscaras, el familiar ha sido también el modelo de organización de nuestras élites políticas. Por lo general, por motivos prosaicos: administrar el presupuesto en favor de la camada o, en su defecto, aspirar a hacerlo mientras se disfrutan las prerrogativas de la democracia formal que se practica en Andalucía. Todos los partidos con algún protagonismo, aunque sea secundario, en el teatro de la autonomía sufren la misma patología: la endogamia orgánica, que en Andalucía siempre ha desplazado al factor institucional. Son los aparatos de los partidos quienes gobiernan, no las instituciones, que sólo funcionan como sus abrevaderos de ocasión. El interés partidario rige por completo el espacio de lo colectivo, reduciendo la idea de res publica de los clásicos a la marginalia. Salvo en asuntos epidérmicos, en Andalucía no se ha producido ninguna alteración de fondo de los valores políticos -los culturales aún reproducen prácticas ancestrales- ni podemos decir que la sustitución de ciertos rostros, que no es sino una hábil forma de simulacro, haya alterado las costumbres. Se manda igual que se ha hecho siempre. Incluso cuando las circunstancias han obligado a gestionar -a la fuerza- algún cambio de liderazgo, los viejos hábitos políticos se han mantenido estables, imperturbables, eternos.
Una crónica-río para el XX Aniversario de El Mundo (Andalucía).
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