El periodismo es un arte fragmentario, hecho de retazos, aproximaciones y desengaños. Quizás por eso a algunos locos, que le hemos dedicado los mejores años de nuestra vida, nos gusta tanto. Las cosas imperfectas son reales; las ideales resultan falsamente perfectas. Como la literatura de los diarios no es más que una variante menor de la poesía vulgar -entendida a la manera de los clásicos-, los periodistas, sobre todo los locales, no tenemos museo ni techo que nos ampare. Nuestros éxitos -contados- se esfuman en cuestión de horas. Nuestros fracasos nos persiguen toda la vida.
La Noria del sábado en El Mundo.
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