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Periodismo

Arqueología y leyenda de Nueva York

carlosmarmol · 10 febrero, 2023 ·

“De cuando en cuando, para espantar los pensamientos de muerte y desolación, me levanto temprano y me acerco al mercado de pescado de Fulton. Suelo llegar hacia las cinco y media y me doy una vuelta por el mercado viejo y el mercado nuevo (…) A esa hora, poco antes de que comience el trajín, en los puestos rebosantes se amontonan entre cuarenta y sesenta especies de pescado y marisco procedentes de la Costa Este, la Costa Oeste, el Golfo de México y media docena de países extranjeros. El amanecer brumoso de los muelles, el jaleo que arman los pescaderos, el olor a algas y el espectáculo de esa abundancia me producen siempre un bienestar que a veces raya en la euforia”. Josep Mitchell (1908-1996) era un tipo extraño y sencillo. Le bastaba mezclarse con la realidad, en este caso en uno de los vientres de la Nueva York que existió entre los años treinta y los sesenta, emparedada entre el crack de la bolsa de Wall Street y la cultura pop, para reconciliarse con la trascendencia de la existencia. De inmediato olvidaba, aunque fuera de forma pasajera, los sinsabores de su profesión –el periodismo de batalla–, que le obligaba a caminar sin descanso, hablar con desconocidos y resumir sus impresiones en unas cuartillas, no siempre pagadas como debieran. Con una trayectoria tan ordinaria, nadie hubiera dicho que en su estrecho esqueleto –cobijado de los fríos y el relente del Hudson por un terno de tres piezas, al que coronaba un sombrero Stetson– habitaba el Homero que escribiría la epopeya (sin épica) de la gran metrópolis norteamericana de principios del siglo XX.

Las Disidencias en Letra Global.

La Barcelona ‘zelestial’

carlosmarmol · 2 febrero, 2023 · Deja un comentario

El periodismo es una forma pacífica, sin dejar de ser incendiaria, de sembrar el pánico. A eso, y no a ninguna otra cosa distinta, nos dedicamos los que (todavía) tenemos como único oficio escribir en los periódicos, frente a aquellos que aparecen en los medios –muchachos, habitamos en una maravillosa galaxia transmedia donde disfrutamos de la esclavitud del periodismo multitarea– para darse un poco de lustre (imposible) a sí mismos. En efecto: es la inmensa falta de cariño la que puebla las redes sociales. La distinción entre los primeros y los segundos parece nítida: los periodistas ancien régime –que somos los realmente modernos, porque trabajamos a la contra– sabemos reírnos de nosotros mismos. Siempre. Llevamos años haciéndolo a fuerza de practicar la ruleta rusa de la sinceridad hasta donde tolera nuestra temeridad, que es considerable; los otros, llamémosles nativos digitales, en general funcionan como retrógrados (naturales) dada la exigencia actual de ser correcto y no ofender a nadie. Internet ya no es una república de libertos ni una suma de falansterios. Es una gran red (comercial) donde existe la censura tribal y, para progresar, conviene no importunar a nadie. Extraña manera (imposible, de hecho) de ejercer este viejo oficio de la irreverencia por escrito. Pero, como diría Kurt Vonnegut, “so it goes”.

Los Aguafuertes en Crónica Global.

Mariana Enríquez y la mitología de boliche

carlosmarmol · 30 diciembre, 2022 · Deja un comentario

A determinada edad, una vez (de)mediada la madurez, uno aprende que cumplir años trae, además de nuevos quebrantos, distintos privilegios. El primero es continuar vivo. Pisar la tierra. Respirar. El segundo consiste en saber con quién puedes ir a tomar café –lo que implica también su contrario– y el tercero, last but not least, asesinar sin complejos los viejos mitos de la juventud y la adolescencia, quedándote únicamente con los imprescindibles. Esta purga, que viene a ser algo así como revolver los fantasmas del pasado, tiene la ventaja de destilar las influencias realmente perdurables. Prescindes de los caprichos pasajeros e instauras, ya para siempre, como un monarca absoluto, el rosario de tus devociones vitales. La lista, por supuesto, se reduce y mengua, pero casi siempre mejora: los libros, canciones, personas, trabajos, costumbres y vicios que te han acompañado hasta ese instante, aquellos que con el tiempo forman parte de tu sustancia, se asientan definitivamente. Ya sabes cuál es tu canon íntimo. Crecer es expurgar tu propio Parnaso. Y, al igual que cuando ordenas un cuarto, al terminar la tarea descubres que la perfección tiene un rostro minimalista. Todos podemos vivir –y sobrevivir– con pocas cosas. Basta descubrir cuáles son las esenciales. 

Las Disidencias en Letra Global.

Julio Camba o el periodismo de Bizancio

carlosmarmol · 8 octubre, 2022 · Deja un comentario

Desde que Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, pronunciase su frase más celebrada –“El estilo es el hombre”–, e incluso desde mucho antes, se sabe que a la hora de contar las vivencias de cualquier escritor es requisito obligado detenerse, además de en sus peripecias vitales, que es la materia esencial de los biógrafos, en los secretos de su escritura. No se trata de un mero capricho: lo que hace único –para bien y para mal– a un autor es su estilo, su mirada, su exacta expresión. La regla cobra mayor trascendencia si se trata de un escritor de periódicos, ese género bastardo que atraviesa toda la modernidad, porque, y esto lo ignoran muchos historiadores y más periodistas, el mejor articulismo, que formalmente no cuenta con ningún rasgo discursivo que lo diferencie de otras prosas –a pesar de la insistencia de los tratadistas sobre la materia, que buscan un unicornio que no existe–, responde siempre a la configuración de un determinado ethos. Sin este carácter (entiéndase desde la perspectiva retórica) no existe el columnismo, ni la crónica, ni la autoría en términos artísticos.

Las Disidencias en Letra Global.

Francisco Umbral y el punto de fuga

carlosmarmol · 4 junio, 2022 · Deja un comentario

de los anhelos íntimos de cualquier escritor es fijar, de forma absolutista y soberana, la exégesis de su obra. Su interpretación canónica. El significado del legado que, casi siempre de forma egoísta, aspira a dejar a la posteridad, en caso de que exista semejante cosa. Esculpir la huella individual y condicionar –para siempre– el sentido de sus palabras ante sus posibles herederos, principalmente los lectores, puede ser una tarea tan obsesiva y tiránica como la práctica de la escritura, esa tortura (gozosa) que se vive en soledad. No deja de ser un afán contradictorio: quien se dedica a escribir literatura debería aceptar de buen grado, aunque rara vez suceda, la servidumbre que implica que su obra pueda ser comentada, discutida, incluso manipulada; una vez escrita, es propiedad moral de su público, aunque los derechos de autoría, antes de caducar y pasar al dominio público, reverberen en su persona o vayan en beneficio sus deudos, especialmente las viudas, cuando se trata de un hombre. La tarea, sin duda, tiene algo de quimera: los guardianes del tesoro –la ley de cualquier vida terrestre es la extinción– desaparecerán antes o después e, incluso si otros suceden a los precursores en estas funciones de custodios y cancerberos del patrimonio ajeno –el talento, ya se sabe, no se hereda–, las huellas personales irán desdibujando sus límites en esa playa de arena mojada que es el tiempo.

Las Disidencias en Letra Global.

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Ilustraciones: Daniel Rosell