Scott Fitzgerald, el gran novelista norteamericano, dejó establecido que la señal inequívoca de que un hombre tiene una inteligencia de primer orden es su habilidad para sostener mentalmente dos ideas contradictorias, o directamente opuestas, y seguir funcionando. Es el caso del Gran Laurel, que esta semana salió, en apariencia sin desgaste, del debate sobre el estado de la autonomía. El Reverendísimo, que venía de rubricar con el Gobierno central un pacto para Doñana cuyos términos equivalen a una amnistía (pensionada) para los agricultores ilegales que han incumplido la ley y deteriorado el parque natural, y a los que todos vamos a pagarle a precio de regadío unas tierras que son de secano, sabía que tiene su talón de Aquiles en la gestión sanitaria, cuyo caos impide que se cumpla el derecho esencial a la salud. Como negar la evidencia manifiesta no es signo de inteligencia, admitió lo que él llama “carencias” –el colapso del sistema– para, a continuación, poner parches, justificarse y decir que le quitan el sueño la sequía y las listas de espera.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.