La sensibilidad periférica, uno de los conceptos clásicos de la política catalana, que proyecta sobre Madrid el espejo con el cual juzga sus propios avances y retrocesos, opera también con respecto a Barcelona, convertida en la capital política de Andalucía desde que comenzase el debate sobre la amnistía, preludio de una investidura que sigue siendo altamente incierta. Todo lo que se discute en el Parlamento andaluz desde principios de septiembre, que en el Sur es un mes estival más, remite al factor catalán, que condiciona la política territorial en España. La poderosa irradiación catalana compromete especialmente a las izquierdas, a las que ha situado en una encrucijada: tanto el PSOE como la marca regional de Sumar –que en realidad es su antecedente– intentan no hundirse en estas aguas turbulentas. Por un lado, tienen que replicar en el ámbito meridional el discurso que emana de las sedes centrales de sus partidos.Por otro, necesitan defenderse con urgencia y de alguna manera de la contradicción que supone no pronunciarse sobre las consecuencias políticas y económicas de lo que sus dirigentes pacten con el independentismo, mientras el PP agita con intensidad creciente la bandera del autogobierno, inquieto por un acuerdo entre PSOE, Sumar, ERC y Junts. La disyuntiva no tiene demasiada solución. Y cuando acontezca la investidura, si cuajan las negociaciones, probablemente ya no tendrá remedio.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.