Todo el drama político que, igual que el difunto rey de Dinamarca cuando perseguía a Hamlet, el hijo huérfano al que exigía que se cobrase venganza por su muerte infame, acompaña a los socialistas meridionales desde hace un lustro está condensado en una frase (memorable) del gran G.K. Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Esto es exactamente lo que sucedió hace seis años –el 2 de diciembre de 2018, la jornada del gran eclipse susánida– y lo que explica que, tras un sexenio en ejercicio, Moreno Bonilla haya podido pronunciar su discurso de final de año –esta vez desde el Puerto de Algeciras; antes lo hizo en una cooperativa de aceite de Jaén, en una taberna de Granada, en un hospital de Sevilla y en un diminuto pueblo de Huelva (Cumbres de Enmedio)– con una tranquilidad pasmosa cuyo pilar maestro es la mayoría parlamentaria que tiene garantizada hasta 2026.
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