“La patria de un cristiano no pertenece a este mundo”. Unamuno, sin duda el intelectual español más obsesionado con la trascendencia espiritual, disidente eterno en la protesta (inútil) contra la mortalidad que acompaña a la condición humana, no podía ni imaginar que entre los políticos del último medio siglo, que a menudo confunden el autogobierno con la soberanía y el sitio de nacimiento con el destino, acabaría generalizándose, con independencia de su ideología, una creencia justamente opuesta a la suya: la patria, sobre todo, es mi aldea. El saldo político de 45 años de Estado autonómico ha enfrentado, casi desde el principio, a los soberanistas con los defensores de la recentralización estatal por un reino que, como diría Alejo Carpentier, es inequívocamente de este mundo. Materialista. Ambos bandos coinciden, sin embargo, en una cosa: su honda decepción con el autogobierno, aunque por razones distintas; a los primeros no les parece que sea suficiente; a los segundos les resulta excesivo.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.