El tiempo termina por dar la razón a los clásicos. En este caso, a Calderón de la Barca: “Quien destina beneficios a un ingrato, lo que siembra en finezas recoge en agravios”. El acuerdo del (presunto) gobierno progresista rubricado esta semana entre el PSOE y Sumar, horas antes de que el Consell de la República se mostrase partidario de bloquear la investidura de Pedro Sánchez, da la impresión de haber sido concebido como un ceremonial de autoayuda. Cuando las cosas son inciertas, es necesario organizar profesiones públicas de fe, una vez agotados los sacrificios, ante el riesgo (cierto) de que la parroquia se desanime y los dioses estén sordos. Supeditados al caprichoso dedo del expresident de la Generalitat, el prófugo más visitado que vieron los siglos pasados y sin duda verán los venideros, los líderes de las dos organizaciones políticas que comparten el gobierno (en funciones) necesitaban teñir con cándidos mensajes sociales unas negociaciones (sin desenlace seguro) que están versando básicamente sobre la cuestión territorial en función de la interpretación que de ella hace el independentismo catalán, que es quien tiene los votos que necesitan el aspirante socialista y la vicepresidenta. De los términos exactos de un posible acuerdo poco o casi nada se sabe todavía, más allá de la cambiante fase orbital de la amnistía, el referéndum (llámenlo consulta) y la deuda histórica que Junts cifra en 450.000 millones.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.