Los grandes escritores eligen a sus precursores, con los que anhelan establecer una relación entre presuntos iguales. A los políticos les sucede lo mismo con la diferencia de que, aunque al ponerse delante del espejo vean en su propio rostro a Napoleón, la realidad desmienta semejante equivalencia, salvo como caricatura. “La vie est ondoyante” escribió Josep Pla en Notes del capvesprol, haciendo suya la sabiduría (tranquila) de Montaigne, que en sus Essais condensa en esta frase los altos y bajos, las cordilleras y los valles, de la condición humana. Lo que ayer era cumbre de repente se transforma en pozo. La antítesis de la cima es la sima.
Montaigne, en realidad, nunca escribió la frase de Pla, sino otra similar: “El hombre es un tema maravillosamente inútil, diverso y, por lo general, ondulante. Es una tarea complicada fundamentar un juicio uniforme y estable sobre él”. El matiz, en este caso, es categoría: lo ondulante no es la vida, sino el individuo. Como evidencia la política, un gobernante puede –y para algunos debe– decir una cosa hoy y otra mañana. Hacerlo sin despeinarse se considera ingenio –si quien juzga es otro político– y pragmatismo, siendo en ambos casos embustes. Las cosas, sin duda, pueden tener lecturas divergentes. Lo esencial es averiguar si quien interpreta algo de una forma y más tarde de otra lo hace por convicción o debido al interés.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.