Los niños suelen vincular el pretérito con el porvenir en una extraña asociación de analogía en virtud de la cual lo sucedido debería ser el pronóstico mimético de lo que va a acontecer. Con esta misma lógica parece haber sido decidido el retorno de María Jesús Montero a Andalucía como secretaria general del PSOE. Una designación que hurta a los militantes socialistas (más de 40.000) la posibilidad de elegir directamente a su nuevo líder a cambio de sosegar las discordias internas y no enfrentar los intereses de las dos agrupaciones del PSOE meridional que todavía retienen poder institucional: Sevilla y Jaén. La moción de censura que hace una semana entregó la alcaldía de la capital jiennense a los socialistas, negociada por la vicepresidenta con un partido local, era un indicio de que Ferraz había perdido la confianza en Espadas, al que entronizó para sacar a Susana Díaz del tablero, y necesitaba con urgencia, por factores ajenos a Andalucía, un cambio de embajador en la gran autonomía del Sur, sin la cual es aventurado, o directamente imposible, resistir en la Moncloa si hubiese que adelantar –este mismo 2025– las elecciones generales.
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