La esperanza, que es ese anhelo de supervivencia que tienen todos los hombres, sobre todo cuando se aproximan al umbral de la muerte, está indisolublemente ligada al pánico. No es sin embargo nada fácil averiguar si el terror es el origen de la primera o sucede lo contrario: si aspiramos a no sufrir dolor porque sabemos que nos estamos hundiendo. En esta disyuntiva se encuentra el PSOE en Andalucía, al que la batalla polítiva por la investidura (todavía incierta y abierta) está desgarrando en el peor momento de su historia. Un lustro después de haber perdido el Quirinale de San Telmo, con una presencia provincial y local decreciente, concentrada en los falansterios de las diputaciones de Sevilla y Jaén, y un predicamento social en franco retroceso, el regreso de los patriarcas de la generación de Suresnes –González y Guerra– ha sido percibida por buena parte de sus bases y militantes como una herida abierta que no tiene cicatrización posible. El trance contiene elementos de divergencia generacional –unos patriarcas que, sin ser santos, no quieren que sus herederos subasten su legado político en el rastro– pero su profundidad es, sobre todo, moral. Un asunto sentimental. Un dolor íntimo. Y, en caso de una repetición electoral, supuesto nada descartable, puede resultar catastrófico.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.