“Los cementerios” –decía Napoleón con un envidiable humor negro– “están llenos de gente imprescindible”. También lo están las bibliotecas. ¿Cuál es la diferencia entre ambos mundos? Diríamos que consiste en la distinta naturaleza del intermezzo: esa pieza musical menor, casi de circunstancia, que se programa como paréntesis entre dos obras mayores. Que la vida es un entremés emparedado entre una comedia y una tragedia lo averiguamos al alcanzar esa edad terrible en la que sabemos cuál es la última vuelta del camino. Lo presentido se convierte entonces, si la diosa Fortuna acompaña, en una expectativa vagamente tardía, pero en absoluto abstracta. El sendero se termina. Nada es más concreto que un punto y final. En los camposantos, bajo cruces, cobijamos los despojos de los que eran iguales a nosotros. En cambio, en los libros resiste lo mejor de aquellos que se fueron: pensamientos, vivencias y sentimientos tan individuales como compartidos. Páginas tan vivas como sus días, huidos para siempre. Por eso extraña que durante siglos, casi hasta el presente, haya existido una evidente disociación entre lo que se considera alta literatura y el caudal fecundo de estas narraciones testimoniales, memorialísticas y biográficas que se enmarcan dentro de lo que los teóricos del arte literario denominan el cuarto género (por oposición a la tríada clásica).
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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