Cuando el poder indígena decide que hay algo que celebrar a lo grande conviene echarse a temblar. Ocurrió hace días en las Atarazanas, el hipnótico edificio de los antiguos astilleros medievales de Sevilla, donde la Junta y la Caixa congregaron bajo un gélido viento nocturno que no movía vela alguna a casi todos los personajes del cuadro de honor del susanato, tanto los de primera hora como los últimos conversos, para festejar «la recuperación» del inmueble destinado al fallido Caixafórum, que gracias a Zoido se va a quedar a mitad de camino entre la memoria (de la infamia) y el futuro imperfecto.
La Noria del lunes en El Mundo.
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