Sucedió en 1967. El día sexto del mes de noviembre. Hace ahora cincuenta años. Medio siglo justo. Lugar: el estudio A que Columbia tiene en la ciudad de Nashville (Tennessee), la capital de la música country & westernnorteamericana. Bob Dylan entró allí con el único apoyo de su guitarra y su armónica, sin más acompañamiento musical que una discreta base rítmica de bajo y una batería primitiva que casi parece estar improvisando, y grabó con apenas tres músicos más (Charlie McCoy, Kenny Buttrey y Pete Drake) cuatro estrofas –las dos primeras de cuatro versos, las dos últimas de dos líneas–, con rima consonante, donde se cuenta la misteriosa historia de un bufón, un ladrón y una enigmática torre vigía en un poema enunciado al ritmo de una progresión de tres acordes básicos de guitarra, una cadencia replicada después por el guitarrista Jimmy Page en Stairway to Heaven.
Nostalgia del punto medio
El verdadero subconsciente catalán, escribe el maestro Josep Pla en sus Notas dispersas, es más sentimental que sensible. Y, añadimos nosotros, se parece sospechosamente al andaluz. Ambos caracteres culturales comparten, sin llegar a sospecharlo, un rasgo idéntico. Los dos recrean, aunque cada uno lo haga a su manera, un mismo marco de referencia político cuyo probable origen es un intenso sentimiento de inferioridad. Las causas de estas dos formas de victimismo, por supuesto, son dispares, aunque el destino, que es el juez que conduce nuestros días, haya terminado equiparándolos. Al menos, desde el punto de vista retórico.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
El retablo del desengaño
La sátira es la invención de un cínico: Menipo de Gandara, un tipo de cuya vida se sabe poco o nada y cuya biografía oficial responde más a la imaginación que a los hechos ciertos. Según las referencias, no siempre fiables, de los cronistas clásicos, fue un esclavo liberto que se enriqueció gracias a la usura y terminó suicidándose tras perder su fortuna, cosechada mediante el sacrificio de los demás. Fue también uno de los más desinhibidos hibridistas de su época: en sus violentas diatribas morales mezclaba sin problemas la prosa con el verso, lo trágico y lo risible, lo bello y lo vulgar. Velázquez lo pintó, muchos siglos más tarde, vestido como un mendigo con cara de truhán, embozado en una capa anacrónica, con la nariz de un borrachín y esa expresión de relatividad de quien sabe –porque lo ha vivido en sus carnes– que la vida no es más que una sucesión de aspiraciones pasajeras y que hasta los mayores señores del orbe son capaces de pedir fiado, como pordioseros, para costearse sus vicios.
El absolutismo consultivo
Su Peronísima se parece cada vez más a la Reina de Corazones, la caprichosa monarca que, tomando como referente un naipe de la baraja inglesa, creó Lewis Carroll para Alicia en el País de la Maravillas. La única diferencia es que la cortacabezas de Carroll es una metáfora perfecta de la arbitrariedad del poder político, mientras que la Querida Presidenta, a tenor de sus últimas decisiones, resulta ser tan previsible como terrestre. Y carece de la magia por contacto, que es el mecanismo retórico que hace funcionar una figuración metafórica. Como no deberíamos ponernos estupendos, lo resumimos de otra forma: la Reina (de la Marisma) es una gobernante absolutista de libro. Aún más: enciclopédica. No tiene igual.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
El alcalde terrestre
Ted Kennedy, el patriarca más longevo de la Camelot norteamericana, y el único que no falleció por muerte violenta, decía que en la política ocurre como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal. Es el único reproche que podemos hacerle al alcalde de Pedrera, Antonio Nogales (IU), que ha sido protagonista -a su pesar- de la jauría en la que se ha convertido la política posmoderna, esa lucha infame por el poder que consiste en mentir sin freno a través de las redes sociales sin pagar ningún coste. El regidor, que desde hace una década dirige el ayuntamiento de esta localidad de la Sierra Sur, tierra dura de jornaleros y canteras, dijo para intentar calmar a una horda de vecinos irritados en contra de la minoría de origen rumano que también vive en el pueblo que a él le gustaría ver a mucha gente fusilada, pero que este camino no conduce absolutamente a ninguna parte.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
