La visión directa del mal absoluto, sobre cualquiera que se sitúe a media o corta distancia, ejerce una extraña fascinación donde la repulsa y el interés (casi siempre culpable) cohabitan, no siempre con excesiva comodidad. La pensadora alemana Hannah Arendt lo describió a partir de una impresión categórica –la brutal banalidad del espanto– que contrasta con sus hondas y horrendas consecuencias. Es lo más desconcertante del terror: acontece de forma natural, casi como si Dios no existiera y la moral secular –esa vieja distinción entre lo correcto y lo criminal– fuera una mera invención de los hombres. Una estéril convención. Bastante de esto aparece en la historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso contada por el escritor Santiago Roncagliolo en La cuarta espada (Debate), un libro que ha regresado hace poco a las librerías gracias a una acertada reimpresión, coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del líder terrorista que dejó en el Perú de los años ochenta un legado sangriento de casi 70.000 muertos y un dolor profundo y perdurable.
Las Disidencias en Letra Global.
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