Una ciudad, además de un enclave geográfico, es un acto de fe sustentado en una convención. Cambia pues con el curso del tiempo. Es un nombre –siempre distinto, como las personas– que evoca ritos, símbolos y conductas que comienzan siendo propios hasta que se convierten en universales. La fundación de una urbe es un poema de autor anónimo. Al mismo tiempo se asemeja mucho al proceso de educación sentimental de un individuo. Lewis Mumford pensaba que el material con el que están hechas las ciudades es el tiempo. En toda urbe conviven en paralelo, según su tesis, cortes de distintos momentos, la herencia de épocas pasadas y actuales, el patrimonio que otorga la historia y la destrucción que traen los cambios de mentalidad. Algo análogo sucede con sus habitantes: proceden de otros sitios o persisten en el lugar. Esto es accesorio. Lo trascendente es que lo comparten. Barcelona es una aleación con estratos del pretérito, hechos del presente y profecías sobre el futuro. Un caudal alimentado por distintas aguas. Su perfil más clásico cohabita con un sinfín de heterodoxias propias. Burguesa y portuaria. Gótica y moderna. La gran capital de la España mestiza. Vista desde las afueras, la Ciudad Condal todavía retiene parte de su célebre capacidad de fascinación, aunque el tiempo haya modulado algunos vínculos subjetivos. Desde la admiración mayúscula se ha ido transitando hacia una perspectiva más pragmática.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.