“Cualquier hombre puede pasar dos días sin comer, pero jamás sobrevivirá sin poesía”. Charles Baudelaire (1821-1867), ese diablo airado que abrió las puertas de la lírica moderna al universo siempre fértil de la belleza vulgar y elevó el prosaísmo a los altares del Parnaso, figura capital de la cultura europea, hizo una profesión (siempre relativa) del periodismo cultural. Salvaba así –ahora sabemos que con éxito– la extraña paradoja de escribir en los periódicos y revistas de su época y, al mismo tiempo, despreciar, en coherencia con su obstinada vocación aristocrática, el odre de papel que lo acogía. Escupía en su propio plato. A su modo, hizo virtud de la contradicción: un escritor capaz de oscilar indistintamente entre la flor y el látigo perfectamente podía –y él pudo– entregar columnas y reseñas culturales al horno encendido de lo que en alguna ocasión describió como la muestra infalible de “la trama de horrores que acompaña a la civilización”: las gacetillas y periódicos mercantiles. De esta actividad, que no es secreta pero tampoco ha gozado más que de una atención muy secundaria por parte de crítica académica, se desprende una sustancia viscosa, a ratos perfumada y, en otros momentos, contaminada por el estrechísimo roce con la realidad.
Las Disidencias en Letra Global.
Deja una respuesta