«Alto lo veo y cabal/Con el alma comedida/Capaz de no alzar la voz/Y de jugarse la vida». Jorge Luis Borges, anarquista spenceriano, escritor superlativo, un señor de porte británico que tuvo el buen gusto de nacer (involuntariamente, por supuesto) en el Buenos Aires de Almagro y Balvanera, escribió estos versos para la milonga -una pieza musical; toda una advertencia para los puristas que confunden la poesía con los libros- que dedicó a Jacinto Chiclana, un compadrito, el personaje de la orillas de la ciudad a la que canta en su primer poemario, salido de los talleres de la imprenta Serrantes en el lejano año de 1921. Trescientos ejemplares, edición de autor (pagada con sus ahorros), las páginas sin numerar e ilustración de su hermana Norah en cubierta. A Borges, entonces, sólo lo leían la familia, los amigos y los enemigos, que son los lectores más fieles que existen.
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