Tres meses después, la situación es diáfana: vamos a peor. Todavía no hemos tocado fondo y podemos seguir cavando hasta el infierno. El delirio político en Cataluña, que desde hace un lustro condiciona la vida pública española, continúa y se adentra –con decisión– en el terreno del enfrentamiento civil abierto, el escenario menos deseable pero, como sospechábamos, ansiado por el nacionalismo más cerril, definitivamente batasunizado sin remedio. Casi trescientas empresas –grandes, medianas y pequeñas– se han marchado de Cataluña desde junio. Los gestos políticos de distensión diseñados desde la Moncloa, tan ingenuos como interesados, no han servido de nada, salvo para fortalecer la convicción histórica del independentismo: pueden hacer lo que gusten; nadie les va a poner límite.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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