“El primer principio de la democracia” –escribió G.K. Chesterton, que tiene frases espléndidas para casi todo– “es que los hombres tienen en común más cosas de las que los separan”. En materia fiscal, desde luego, no cabe duda: se puede tener una ideología antagónica y coincidir en que los tributos son un arma de destrucción masiva, una forma de confiscación con timbre y sustento legal, pero completamente impopular. En la España del Covid –por desgracia todavía no podemos utilizar el prefijo post— mucho más. Sobre todo si tenemos en cuenta que la pandemia ha matado a mucha gente, pero ha arruinado a más, parcialmente o por completo. Como las puñaladas, las heridas del frenazo económico –primero el confinamiento estricto; más tarde las sucesivas oleadas y las desescaladas mal gestionadas por las autoridades– no se sienten sino transcurrido un cierto tiempo. El pasado año, que fue la anualidad del desastre, terminó mal. El actual, a pesar de quienes se esfuerzan en ser positivos –Dios les recompense por su ciega obstinación–, va a terminar peor. Por supuesto, hablamos de la economía real, no de la virtual.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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