“Pisarev, teórico del nihilismo ruso, observa que los mayores fanáticos son los niños y los jóvenes. Esto es también verdad referido a las naciones”. Albert Camus escribió estas palabras hace setenta años en uno de los capítulos de El hombre rebelde. A pesar de la evidente distancia y del paso del tiempo –el ensayo se publicó en 1951, en el parteaguas de la pasada centuria, provocando un terremoto intelectual inmediato– el fondo de su mensaje se sostiene incólume. La rebeldía, igual que la célebre diosa razón de la Ilustración, fabrica sus propios monstruos, los demonios libertarios. Es la falta de perspectiva, una más de las diversas formas de ignorancia social, la que nos impide a menudo reconocer que la historia de la humanidad mueve una y otra vez las mismas brasas y alimenta idénticos fuegos, aunque los mártires carbonizados en las eternas pilas de leña del auto de fe tengan nombres distintos.
Las Disidencias en Letra Global.
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