A Camilo José Cela le gustaban mucho los tangos, así que, emulando el clásico escrito por Gardel y Le Pera, podríamos decir que 30 años (después del Nobel) no es nada. En su caso literalmente: su cuerpo, desmesurado y disarmónico, no camina por la faz de la Tierra hace ya la friolera de 17 calendarios. Ni siquiera pisando la dudosa luz del día, que fue el hermoso título que escogió para su primer libro de poemas, tomándole prestado un verso a Luis de Góngora y Argote, al que sustituiría como devoción principal por Quevedo. Con 20 años, cortos pero no ingenuos, el poeta secreto que pasaría a la historia como prosista brillante y novelista de éxito cerraba este volumen de versos de tanteo con un Himno a la muerte: “Ven, descansada Muerte, bajo forma de junco./ Muerte, Muerte de un golpe, clara Muerte rotunda”.
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