La muerte de un solo hombre es una muerte estricta e individual y, al mismo tiempo, también puede ser un deceso colectivo. Un hecho íntimo con significado universal. Cada vez que se destruye un libro desaparece una biblioteca, dice un viejo proverbio africano. Todos los fuegos, el fuego, escribió Julio Cortázar en una de sus colecciones de cuentos. Los grandes relatos sociales, sean épicos o dramáticos, o ambas cosas al mismo tiempo, cristalizan antes y mejor en un devenir particular. Con este material trabajan los novelistas que, como Javier Cercas, concentran sus libros en las vivencias de personajes concretos más que en las novelas corales, donde una sucesión de voces –un coro de soliloquios– construye a partir de la fragmentación el tejido espiritual de una época o un tiempo. El novelista extremeño, afincado desde su juventud en Cataluña, dio hace dos años, cuando ganó el Premio Planeta con Terra Alta, un giro radical a su carrera literaria, concentrada en explicar cómo el pasado condiciona nuestro presente, que le hizo refugiarse en los géneros de la literatura popular, que no es exactamente lo mismo que la comercial. En su caso eligió la novela noir. La fábula de Melchor Marín, un policía de pasado turbulento convertido en un héroe involuntario por haber abatido a los terroristas de Cambrils, es esencialmente esto: un cuento policíaco que reproduce con destreza los engranajes esenciales de las narraciones demisterio y enigma –lo que en términos cinematográficos se denomina thriller– y que, desde el punto de vista retórico, no es sino la dosificación creativa del mecanismo de la sustentatio.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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