La juventud, como escribe Baroja en sus memorias, es egolatría. En el caso de la Querida Presidenta, no hay dudas al respecto: su ego preside el paso cadencioso de la procesión que la acompaña allá donde pisa, como la reina (sin corona) que rige la República por mandato del cielo, sorda ante la turba de legisladores desagradecidos y dedicada sólo a resolver «las cosas de la gente», que es como Ella llama a sus súbditos; nosotros, los ciudadanos.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
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