El periodismo no es más –ni menos– que un arte de aproximación. Describe el presente, esa abstracción que todavía llamamos actualidad, y analiza, antes de que los hechos se hayan asentado y las verdades sean indiscutibles, aquello que (nos) sucede. Por eso lo más importante de cualquier reportaje, crónica, entrevista o artículo –no existen más géneros en este oficio– no es el titular ni, en cierto sentido, su contenido. Es la fecha. La datación temporal de una pieza de periódico explica todo el contexto y la situación concreta en la que una noticia sucedió o alguien dijo una vez una cosa, al tiempo que nos ayuda a desentrañar el grado exacto de veracidad de los testimonios acerca de un suceso. Ejercer el periodismo es más difícil y arriesgado que investigar hechos históricos porque los materiales de una y otra disciplina, incluso el punto de vista, es divergente. Los historiadores cuentan con documentación y la inestimable ayuda del tiempo, que sin duda borra huellas pero también despeja las innecesarias nubes que enmarañan el cielo. Los periodistas, en cambio, carecen del sosiego y de los medios necesarios (sin descartar también la falta de capacidad) para sumergirse a fondo en una historia.
Las Disidencias en Letra Global.
