La fachada de la catedral de Sevilla, como ocurre en otras muchas ciudades universitarias de España, está adornada con unas antiguas pintadas de color almagre –los vítores— que, según la tradición académica, perpetraban los egresados universitarios para celebrar el final de sus días de estudio tras recibir el doctorado. Son una suerte de graffitis –mucho antes del graffiti– que han terminado convirtiéndose en patrimonio histórico. Una forma de gamberrismo a la antigua usanza para celebrar el término (irreal) de una vida consumida entre libros y clases. A Cifuentes, la (todavía) presidenta de esa ficción que es la Comunidad de Madrid, aún no se le reconoce la autoría de ninguno, aunque tampoco es descartable. Sería un gran colofón para su inquietante carrera académica, cuya sostenida impostación a lo largo del tiempo probablemente le cueste el cargo y su honra (política). Todo un logro en un país que ha pasado de tener el mayor porcentaje de analfabetismo de Europa a despreciar la sabiduría y condenar en público esa impertinencia (para los ignorantes) que es la erudición.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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