El filósofo Francis Bacon, padre del empirismo, decía que “resulta muy difícil hacer compatible la política con la moral”. Dada su tendencia a mirar las cosas desde una óptica científica, alejada del pensamiento escolástico, cabe suponer que formuló esta idea a partir de la detenida observación de la realidad, maestra de cualquier filosofía digna del tal nombre. En la Inglaterra de su tiempo, a caballo entre los siglos XVI y XVII, el pensador británico no debía encontrar demasiados ejemplos a mano que permitieran armonizar ambas disciplinas. Ni siquiera el suyo. Bacon aspiraba a ejercer el poder cuando Inglaterra desafiaba la hegemonía española y comenzaba a construir su imperio. En ese instante tormentoso de la Historia, hacer política requería solvencia intelectual –una exigencia que en nuestros días se ha esfumado– e, igual que ahora, una moral limitada, alimentada con la intriga, el ejercicio interesado de la deslealtad y la manifestación suprema de la ambición personal. En esto Bacon se parece a Séneca: señor de una doctrina estoica que su autor no solía practicar, pero jamás dejaba de predicar a los demás.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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