Uno de los síntomas más evidentes de corrupción moral es la rebeldía de la clase política ante el imperium de la ley, que en cualquier democracia civilizada es uno de los escasos principios sagrados. Los guerrilleros del independentismo, que no visten de verde olivo, sino con abrigos de Armani, consumaron esta pasada semana, a cuenta de la breve visita de Carme Forcadell al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), otra de esas vibrantes ceremonias sentimentales –con cánticos, banderas, proclamas and all these stuff— que los patriotas necesitan organizar cada cierto tiempo para alimentar su delirio identitario. Ya saben: aquello, tan absolutista, de «Nosotros, el Pueblo». Debemos tomarlo como un fenómeno meteorológico: las mentes adolescentes experimentan al mismo tiempo la duda y la necesidad de creer.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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