Cormac McCarthy (Providence, 1933), catalogado por la crítica –Harold Bloom is dead, but is in town (still)– como uno de los más importantes escritores vivos, según la tradición norteamericana, ha reaparecido hace unos meses en las librerías con un experimento extraño, una despedida que encierra un enigma. Dos novelas siamesas –El Pasajero y Stella Maris– que cuentan los fantasmas de dos hermanos, científicos y vinculados entre sí por el eco del condenado pecado del incesto, un lazo biológico intolerable para la moral tradicional. La primera narración, mucho más extensa, comienza como un relato de suspense –a la manera de Kafka: el novelista norteamericano trabaja sobre un mapa que para el lector (que es quien debe disfrutar del sortilegio) no deja nunca de estar desdibujado– y, a medida que avanza, se torna en una fábula existencialista, alimentada por el dolor y el desconcierto. La segunda historia se exhibe como la apostilla (complementaria) para desentrañar muchos de los agujeros negros mostrados adrede en la primera, abriendo a su vez nuevas incertidumbres.
Las Disidencias en Letra Global.
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