Toda la historia de la literatura, igual que el jazz, es una sucesión de variaciones alrededor del yo, un misterio con apenas dos letras. Para los clásicos el sujeto literario existe en la medida en que representa un arquetipo comunal. El Romanticismo, en cambio, convierte al individuo en el Dios de un mundo sin deidades. Los modernos dan el gran salto al vacío: la personalidad individual explota en una sucesión de fragmentos, igual que las estrellas de una lejana galaxia. Éste es el caso de Julio Cortázar, el escritor que mejor representa el espíritu cosmopolita de su generación, marcada por las utopías políticas y los desengaños vitales. En su obra todas estas teorías se desmienten y se afirman en un proceso simultáneo, conviviendo sin problemas.
Una crónica (disidente) para El Mundo.
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