Cicerón, el orador más famoso de Roma, fue asesinado con sesenta y cuatro años. Una edad más que afortunada si tenemos en cuenta que su época fue una sucesión de interminables guerras, conspiraciones y dulces envenenamientos. Riesgos perfectamente verosímiles para un hombre como él, presente en todas las batallas de un tiempo que vivió el tránsito –sangriento– desde el sistema republicano a la dictadura imperial. Cuando Julio César alcanzó el poder supremo, Cicerón vivía ya el otoño (cruel) de su existencia: su protagonismo político menguaba; su vida privada se derrumbaba. En estos años postreros decidió divorciarse de su esposa –después de tres décadas de convivencia– y la sustituyó por una joven patricia, pero el romance no vio el amanecer una vez transcurrido el primer semestre.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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