Toda la mitología del nacionalismo, incluso en sus versiones más guerreras, tiene su origen en alguna forma de orfandad. La falta de trascendencia que, a medida que vamos creciendo, nos muestra la vida –el absurdo existencial es la verdadera semilla de la espiritualidad, presente en todas las culturas–, ha provocado, en determinados contextos, el surgimiento de ideologías que adoran, con la misma fe que los carboneros, la idea de que alguna vez existió un pasado idílico y prístimo, característico de una forma de ser (llamémosle pueblo), expresado en una lengua pura y que, con el decurso de la historia, ha sido objeto de algún tipo de contaminación o perversión, hasta instalarse en la decadencia. Así piensan todas las utopías regresivas: dan una explicación fácil para algo tan complejo como la identidad colectiva.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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