La vida terrestre de Cyril Connolly (1903-1974) responde, con una coherencia prodigiosa, al célebre mito de los expatriados británicos: gente de mundo, leída, estudiada, con dominio de idiomas y un cierto rango académico que tienen la prodigiosa habilidad y un irrepetible talento para encontrar, en una época de la Historia –principios del pasado siglo– en la que el mundo todavía conservaba algunos misterios geográficos (al menos, para los occidentales), los enclaves más encantadores del planeta para ensayar –sin prisas, gracias al generoso respaldo de la familia o a la ayuda proverbial de algún mecenas temporal– esa forma de vida, encantadoramente disoluta, que consiste en ser y ejercer de artista. Muchos de ellos carecían de riquezas y patrimonio, pero poseían capital social: contaban con amigos bien situados en la sociedad inglesa. En esos tiempos vivir en el extranjero era un lujo relativamente barato. Connolly, educado en el elitista colegio de Eton, graduado en Clásicas en Oxford, no cesó de viajar durante toda su vida.
Las Disidencias en Letra Global.