Las campañas electorales son un estado ambiental de la política indígena. Cuando no toca votar a los alcaldes o a los diputados regionales tenemos que elegir a los procuradores en Cortes; lo decimos a la antigua porque ahora, igual que entonces, ninguno de ellos es libre de su propia organización política. La labor de nuestros gobiernos, tantos como legiones tenía Roma (sin ser capital de imperio alguno, sino una mera colonia), está condicionada desde el principio al final por los cálculos electorales. Cuando no hay urnas se encargan encuestas. Y como se decide en función del diktat de los sondeos lo que se hace es prospección, no política. La vida oficial de la Marisma es un concurso interminable de vanidad de vanidades. Está claro: nuestros próceres son ansí (como decía Baroja). Su optimismo sube cuando se sientan en la poltrona y mengua si les toca calentar en la oposición. ¿Natural? Previsible: sus discursos no son objetivos, sino interesados. Cada cual cuenta la autonomía en función de sus réditos (presentes) e hipotéticos anhelos. Lo que no falla es esa costumbre, el vicio colosal, de dar la brasa y atosigar al personal, por decirlo a lo Paco Umbral, con su bla,bla,bla.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.