El gran Baroja, que es uno de nuestros gruñones preferidos, decía que a un pueblo, cualquiera que sea, se le engaña siempre con mucha más facilidad que a un individuo. La mayor parte de los nacionalismos –incluidos los regionales, que simulan aparentar lo que no son– crean santos y mártires para sostener su fe inventada. La única excepción son los antiguos griegos, que en vez de beatos tenían sabios. No es desde luego el caso de la República Indígena, que en uno de esos gestos ridículos que identifican a todos los patriotas (por supuesto, a sueldo), tiene tabulado su particular santoral. Tras Blas Infante, la lista de apóstoles y profetas está formada por la élite política nacida gracias a la autonomía y todos sus descendientes. La Andalucía criolla, que es aquella que sustituyó la dependencia del exterior por la del interior, se confunde a sí misma con todos los andaluces, pero orbita sin cesar por los mismos senderos endogámicos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.