Desde sus tiempos en la Alcaldía de la capital de la Marisma, por donde pasó diciendo que era un gestor colosal, antes de cortar todos los árboles que encontró a su paso, y ponerle a los truenos (vestidos de nazarenos) calles, glorietas y plazas, tragándose (entera) esa forma de sevillanía chusca que sigue viviendo en el imaginario de los años cincuenta, que viste a sus hijos de carráncanos, como si todavía habitáramos en la posguerra, y que cree que los zapatitos de seise son alta costura, el Quietista Espadas se ha caracterizado por decir cosas con mucha intensidad, incluso con vehemencia, para terminar dejándolas casi todas sin hacer. Su actitud es la natural de los conversos súbitos, capaces de amar sin tasa ni freno eso mismo que un instante antes reprobaban, y viceversa; gente que teme, más que a nada en este mundo, comprometerse con algo o alguien a fondo, de verdad, no vaya a ser que queden señalados. La única libertad que profesan es la que ordena la Autoridad Competente (Ferraz). Militar, por supuesto.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.