Hasta los políticos con baraka, como es el caso de Juan Manuel Moreno Bonilla, que en cuatro años, y a partir de un mayoría política coyuntural que más tarde se transformó en absolutísima, le ha dado la vuelta al mapa político en Andalucía, condicionando el juego de equilibrios territoriales que exige la agenda política en España, incurren en el inevitable mal de la hybris: esa arrogancia repentina que, según los clásicos, anima a muchos gobernantes a transgredir los estrictos límites que los dioses establecen para los mortales. El presidente de la Junta suele apelar al diálogo (relativo) y tiende puentes en busca de la transversalidad. Se cuida mucho de usar su hegemonía para imponer decisiones. Pero cada vez admite más excepciones a su costumbre en función del interés inmediato. Un asunto en el que no le importó nada carecer de socios es la cuestión tributaria. Otro, la súbita conversión andalucista con la que ambiciona ampliar su marca personal hacia ámbitos electorales ajenos.
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