El rostro de una persona es como un universo. La cara de un genio tiene la forma de una galaxia. La fisonomía que caracteriza a ambos personajes –el hombre vulgar, el misterioso artista– condensa rasgos genéticos y una gestualidad cuyo origen puede perderse en la noche de los tiempos. Todos hemos sido antes otros. Al mismo tiempo, somos seres irrepetibles. Por eso buscar rastros biográficos en el arte, que es una forma de crítica bastante extendida, es una pérdida de tiempo: aunque una creación nazca de lo referencial, la alquimia del arte transformará la experiencia subjetiva en algo que ya no es lo que parece. Un cuerpo distinto. Un objeto con vida autónoma. El último disco de Bob Dylan, Rough & Rowdy Ways, editado tras cumplir los 79 años, y después de haber recibido el Nobel de Literatura, discurre por este ambiguo sendero donde lo biográfico se difumina en un flujo de sonidos, acústicas y versos que evocan un mundo desaparecido. Es una obra inteligente, casi grandiosa. El músico norteamericano, consciente de que el tiempo mengua, nos entrega una colección de epitafios, despedidas (irónicas) y reflexiones burlescas sobre una vida que se acerca a la hora del crepúsculo no con tristeza o melancolía, sino con un hondo sentido de la dignidad humana y estoicismo, esa sabiduría tan ejemplar.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
Deja una respuesta