Dar un paso al frente puede ser una tarea de siglos. Y crear una obra de arte requerir varios milenios. Hacen falta años luz para contemplar una constelación íntegra de estrellas y planetas. Los grandes misterios de la creación son hechos azarosos que, sin embargo, aparecen ante nuestros ojos como sucesos perfectos, naturales, indestructibles. Son como son. Y no pueden ser de otra manera. Bob Dylan es el resultado de una tradición poética –la vieja estirpe de la oralidad– que arranca con Homero, sigue con Dante, continúa con Shakespeare, se extiende a Rimbaud y llega hasta nuestros días. Que le dieran el Nobel de Literatura, para escándalo de los poetas ortodoxos, esos ilustres a los que no lee (casi) nadie, viene a ser lo de menos. Dylan se convirtió en quien es –su identidad es una pregunta sin respuesta– antes del galardón sueco. Un poeta no lo es necesariamente porque lo digan los demás. Lo es porque no puede ser otra cosa distinta. En la última entrega del gran Zimmerman, el volumen 14 de sus The Bootlegs Series, la colección que reúne los inéditos, raros y extravagantes retazos de cada una de las edades sucesivas de su carrera, encontramos a un hombre abandonado lamiéndose las heridas. A un artista que duda. A un poeta que traslada en versos su pasado, su presente y su futuro, mezclando tiempos distintos en secuencias simultáneas.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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