“Hay que evitar los 100 años. Es mejor cumplir directamente 101”. Con esta frase irónica, publicada en las redes sociales, donde tiene cuentas activas, Edgar Morin (1921), uno de los filósofos europeos más influyentes de su tiempo, saludaba el glorioso amanecer de su primer siglo. Considerado el padre del pensamiento complejo, el filósofo francés ha entrado y salido como una exhalación (casi siempre con acierto) en disciplinas tan variadas como la cultura, la sociología, la política, el cine, la ciencia o el arte. A su edad sabe que la muerte le acecha, pero también que su obra intelectual le sobrevivirá y, con el curso del tiempo, acaso termine siendo, dado el erial humanístico que necesita el capitalismo tecnológico para maximizar sus beneficios, una última roca a la que aferrarse frente a la tempestad de idiocia, sentimentalismo y vanidad asentada en la mayoría de las sociedades contemporáneas. “La ciencia progresa, pero la conciencia retrocede”, escribía este junio.
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