Las analogías, tanto en retórica como en literatura, operan en esa dimensión (simbólica) que Roman Jakobson definió como el espacio mágico de la contaminación por contacto. El lingüista ruso denominaba de esta manera el proceso (intelectual) mediante el cual un término es descrito en virtud de las cualidades de otro. Es la fórmula que encierra cualquier definición –explicar una palabra usando otras palabras– y gobierna el arte de la metáfora y la metonimia. Las asociaciones conceptuales, sin embargo, en política deben ser manejadas con sumo tacto. Su errónea administración, o las dosis excesivas, pueden convertir a un candidato electoral en un zombie. En una metáfora rigen tres elementos: el objeto del que realmente se habla (tenor), el objeto que se invoca o nombra (vehículo) y la relación entre ambos (fundamento). Feijóo contaba antes del 23J con los dos primeros –la profecía decía: “En España va a pasar lo mismo que hace un año sucedió en Andalucía”–, pero le ha faltado el tercero. El exceso de confianza y la polarización, por supuesto interesada, le han conducido a esa zona fantasma donde los triunfadores son vistos por todo el mundo, comenzando por ellos, como perdedores.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.