A muchos les parecerá una provocación, pero si uno se pregunta –en serio– cuándo se jodió el Perú (léase, la universidad) una de las hipótesis plausibles es que fue el día exacto en el que empezaron a demonizarse las antiguas clases magistrales y a ser sustituidas por las nuevas corrientes pedagógicas que, a pesar de sus indudables buenas intenciones, lograron el prodigio de dejarnos huérfanos de grandes maestros y convirtieron a los profesores de la academia en funcionarios intercambiables entre sí, sacrificados en beneficio del sistema educativo. Una sociedad que sin una reflexión seria considera de pronto vetusto algo que ella misma calificaba de magistral es una sociedad que cava su propia fosa. Escribir esto provocará –no nos engañamos– las reprimendas de algunos de los aludidos, poco o nada dados a que desde un auditorio libre, en vez de cautivo, se les contradiga en sus doctrinas. Mala suerte. Pero ésta es precisamente una de las mejores ideas de un hombre –Emilio Lledó (Sevilla, 1927)– que ha consagrado su vida al saber, a su estudio y a su transmisión. Y que ama la educación.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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