“Algo horrible, caballeros. La vacuidad y el espanto”. Es el primer verso –libre– de un poema que Roberto Bolaño, canonizado por su prosa, más desconocido por su poesía (prosaica), escribió sobre la situación de la lírica latinoamericana. Como todo buen verso, sirve para (casi) todo. Sin ir más lejos, como resumen condensado del año que expira dentro de unos días, el más calamitoso desde que la actual generación (la de la mediana edad) tiene recuerdo. Todo lo que podía salir mal, lo ha hecho. La Fortuna hacía tiempo que ya nos había vuelto la espalda, como en un tornaviaje, pero nadie podía esperar –o quizás sí– que el vigésimo año del tercer milenio fuera a convertirse en una suerte de agonía de la civilización occidental tal y como hasta ahora la habíamos conocido. Está siendo un crepúsculo violento, generoso en muertes absurdas (cuyo verdadero número todavía sigue siendo una incógnita, para nuestra vergüenza como sociedad), lleno de mentiras, quebrantos económicos y ruina. ¿Exagerado? En absoluto. Habría que remontarse a las dos guerras mundiales del pasado siglo, o al conflicto incivil que destrozó España a finales de los lejanísimos años treinta, para encontrar un símil equivalente al grado de sufrimiento que nos ha regalado cada día del calendario que pronto clausuraremos.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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