La literatura gastronómica es una suerte de mística que habla de los placeres del cuerpo en vez de ponderar los esforzados sacrificios del espíritu. Parece contradictorio, pero no lo es en absoluto. “Al fin y al cabo un místico” –escribe G.K. Chesterton– “es un hombre que separa el cielo y la tierra, aunque disfruta de ambos”. Para entender el Paraíso conviene pisar antes la Tierra. Sobre todo en estos momentos en los que, desde nuestra celda, cuestionamos la vida tal y como hasta ahora la entendíamos. La contradicción, por otra parte, es uno más, acaso el más excelso, de los rituales intelectuales. Ocurre también en el arte del buen yantar: sabemos que se trata de un ejercicio carnal –gracias a él nuestro cuerpo perdura– pero si lo ejecutamos como si fuera una gran sinfonía puede convertirse en una vía gloriosa para el nirvana. No siempre se ha considerado de esta forma. Esparta, por ejemplo, educaba a su héroes mediante los crudos ingredientes de la disciplina, el ayuno, la escasez y la frugalidad. En el Diálogo entre Babieca y Rocinante que preludia El Quijote, Cervantes escribe un soneto donde la falta de comer se asocia (aparentemente) con la trascendencia del pensamiento: «B: Metafísico estáis./R: Es que no como«.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
Deja una respuesta