La política posmoderna es, sobre todo, un relato. No consiste en hacer, sino en parecer. Rara vez gestiona, pero no deja de contar imposturas. Un símil permite explicarlo: igual que en el siglo XIX las novelas por entregas entretenían con sus inverosímiles fábulas a los lectores de los periódicos, los políticos –protagonistas y autores de sus propias epopeyas– administran el dinero y el futuro de casi todos mientras nos distraen con una mezcla de suspense, teatralidad mala y argumentarios para lerdos. El sistema –al menos para la mayoría de ellos– funciona. Con la diferencia de que la audiencia no está protegida ante sus ficciones: las sufre. Uno de los hechos, en apariencia asombrosos, de estos tiempos es el ascenso de Vox. Hay quien lo achaca a la creciente desafección ante los partidos tradicionales; otros responsabilizan también a los independentismos, sobre todo en el caso de Cataluña, como causa del resurgimiento del nacionalismo castizo. El populismo, por resumirlo a la manera de los tratados científicos, ni se crea ni se destruye, únicamente muda de máscara. Habita siempre entre nosotros. Ninguna de estas explicaciones anula al resto. Son complementarias.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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