Si parafraseamos el fantástico arranque de Anna Karenina, la novela de Tolstói, podríamos decir que cuando un presidente autonómico se sube a sí mismo el sueldo una parte de la prensa –la propensa a entenderlo todo– intenta justificarlo recurriendo a los malabarismos de la estadística o a la magia de los promedios, mientras que otra lo censurará con sumarísima severidad, aunque nunca hiciera lo mismo con su antecesor en el cargo. La hipocresía forma parte de la política, del mismo modo que se practica, igual que un ritual ancestral, en el ámbito religioso. Mateo 6:3: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”. “Siendo la hipocresía un pecado moral” –escribió Quevedo– “se trata de una gran virtud en el gobierno de las cosas públicas”. Caben, no obstante, matices: una cosa es fingir profesar una fe en la que no se cree para evitar problemas innecesarios (sobre todo a terceros) y otra, completamente distinta, simular una identidad a cambio de obtener un beneficio particular. La imagen pública del presidente de la Junta de Andalucía ha saltado esta semana por los aires después de que haya decidido de forma unilateral, inesperada y sorprendente subirse sus retribuciones salariales 15.000 euros anuales más. Un 20% de golpe. El nuevo sueldo del Signore del Quirinale queda desde ahora establecido –por la vía del decreto– en 87.300 euros.
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