Lo hemos escrito en alguna ocasión: las palabras cuentan. En España, ese perfecto galimatías, sin embargo, su significado tiende a mudar en función de cuáles sean los intereses en liza, lo que evidencia las trampas –y egoísmos– que condicionan la discusión pública, donde a cosas que desde antiguo cuentan con su propio nombre se las denomina por conveniencia de manera distinta. Detrás de un eufemismo habita algo aún peor que una mentira: una media verdad. Tenemos un ejemplo en el debate sobre la capitalidad culturalcompartida entre Madrid y Barcelona, una idea resucitada tras el acuerdo suscrito por Pedro Sánchez y Ada Colau esta semana, después de la entrevista entre el presidente del Gobierno y el Ciudadano Torra, jefe virtual de la Generalitat, inhabilitado por la Justicia para el cargo que todavía ocupa. La propuesta, apoyada por amplios sectores sociales de Barcelona, consiste básicamente en que la Capital Condal reciba anualmente del Estado –que administra los impuestos de todos– una aportación económica para equipamientos culturales de naturaleza extraordinaria, al margen de la cantidad que ya percibe, del orden de 25 millones de euros. Hay quien piensa, entre ellos el ilustre Manuel Valls, que se trata de una fórmula inteligente para combatir al independentismo, que aspira a controlar las instituciones locales de Barcelona para ponerlas al servicio de su causa tribal. La prueba –dicen– es que la iniciativa ha contado ya con la significativa displicencia de Torra que, fiel a la tradición nacionalista, juzga la fortaleza cultural de la capital de Cataluña como un obstáculo para el éxito de su distopía regresiva.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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